Con el amanecer cóncavo,
titánico un perro de dolor
se hace silencio,
un giro azul de la muerte.
Mis ojos como rocas extranjeros,
con la cósmica noche caen
donde el olvido no olvida
y como la porcelana del desprecio
esperan siempre en la otra orilla.
Con las calles del ayer,
con una isla en el pecho,
con la soledad que nos acompaña
en los inexorables acontecimientos,
la memoria se me hizo río seco,
una voraz verdad,
en el solitario labio de la tarde.
Ahora extendida en el olvido vuelvo,
a la página acostumbrada.
A caer.