Hector Adolfo Campa

Daga prosaica...




Como el sol se clava en el horizonte cada atardecer así te clavas en mí; primero lento, como titubeando, pero en cuanto tocas el eje de mi alma, tu recuerdo se arma de valor y se incrusta vorazmente, sin piedad, conquistando mis reinos yermos. Llega la noche descubriéndome con esa astilla dorada encarnada en mi existencia; una daga dulce que sale ardiendo cada mañana y entra de nuevo al caer la noche fragante y embriagadora. ¿Hasta cuándo podré librarme de ese flagelo adorado de tus cuentos? 

Anestesia de sombras para la herida, alcohol para desinfectarme de los momentos sacrílegos. Muero, muero como el día ante el crepúsculo, efímero y funesto ante el preámbulo de la realidad y el descontento.