Mi sordera me había aquejado desde niño y a pesar de mi gran destreza con el bisturí, era sin duda la burla de todos mis compañeros. No es una sordera congénita, sino a raíz de un grave accidente. Sin embargo no era algo que me limitara aprendí, entre otras cosas, a leer los labios, pero aquel artefacto llamativo que llevaba en mi oreja izquierda era lo que desataba la risa burlesca de los demás. Muchas veces me hacía de “oídos sordos” algo irónico en mi caso, pero un día decidí tomar acciones para que las bromas en mi contra cesaran.
Al día siguiente camino a la universidad iba maquinando la idea de cómo hacer para que de una vez por todas me dejaran en paz. Era algo intolerable, no soportaría más, ni un sólo insulto o comentario jocoso, que sin ninguna compasión arrojaban sobre mí. Entretanto iba recordado, como para alimentar mi ira, todos aquellos prejuicios y humillaciones de la cual hasta el día de ayer, había sido presa fácil para mis compañeros. Me decían: “Hey oreja de robot.”, “Ahí viene el chico corneta.”, “Oído de tortuga.”, pero sin duda el más ingenioso que me habían dicho era “Decibelio.” Aquel día me había dispuesto a mostrar una imagen diferente sobre mí, así que antes de ingresar al aula arrojé aquel artilugio que tanto odiaba, pues al final de cuentas, ellos prácticamente ignoraban de mi capacidad para leer los labios, de esta manera no sería una desventaja el no llevar aquel aparato puesto. Cuando ingrese al salón, dicho sea de paso, había llegado un poco tarde, y por primera vez en mi vida nunca había presenciado tanto silencio, ningún comentario hostil, ni mucho menos miradas de desprecio. El efecto cómico por desplazamiento se había extinguido. Sin tolerar espera las preguntas y los cuchicheos estallaron, ellos pensaban que no podía “oír” nada, sin duda algo podía escuchar, pero me valía más de mi habilidad para leer los labios, que de la capacidad para percibir sonidos.
Uno de mis compañeros se había armado de valor para preguntarme, creo que hasta me tenían cierto miedo, incluso la profesora me miraba anonadada, el caso era que él no podía articular palabra alguna, hasta que lo dijo: “Hey pero si tú eras sordo, cómo es posible que puedas oír…”, no me detuve a escuchar su tonto e ignorante discurso y me dirigí directo a mi asiento. En el receso, estaba esperando la mínima manifestación hostil para de una vez por todas pudiera ejecutar mi macabro plan. Hasta que sucedió uno de ellos se me acercó y entre risas me dijo: “
- ¿Cómo es posible que tú ‘el chico tortuga’ pueda ahora escuchar? (ja ja ja)
- Lo miré fijamente y le dije: “Cuida tu lengua, podría enmudecerse.”
- Desencajado por tal referencia retrocedió algunos pasos y huyó despavoridamente.
Quizá él no esperaba una reacción de tal naturaleza, pues siempre me había caracterizado por recibir comentarios sin emitir respuesta alguna. Pero ya me había cansado de ello. A la salida lo seguí sigilosamente, creo que no pudo darse cuenta que estaba tras sus pasos. Antes de que pudiera ponerse a salvo, lo sujeté fuertemente del cuello y lo dormí con un preparado de cloroformo que tenia conmigo, lo llevé detrás de una fábrica la cual hacía mucho tiempo que ya no funcionaba. Esperé a que recobrara la consciencia, cuando despertó lo miré con desprecio y le dije: “Te dije que cuidarás tu lengua, podría enmudecerse.” Cogí el bisturí y se la diseccioné, creo que emitió un gritó tan fuerte que se hubiera escuchado a kilómetros, pero afortunadamente el lugar se mostraba desolado, rápidamente cabe un hoyo y arrojé el cadáver, parecía aún con vida, pero me aseguré de que se desangrara por completo. Al día posterior al crimen tenía su lengua conmigo, en un frasco con formol, y mi intención era cambiarlo por aquel, que desde hace años permanecía en el laboratorio de anatomía. Me aseguré de que nadie me viera, y rápidamente hice el cambio, puse el frasco con su lenguaje dentro, y deseché el antiguo. El motivo era que cada vez que necesitará sentirme a gusto conmigo mismo fuera al laboratorio y contemplara su lengua como símbolo de triunfalismo.
Ese mismo día, teníamos clases de disección con un cadáver antiguo que hace años tenía el mismo aspecto, parecía más bien, un viejo cartón mojado, aún nadie había notado el aspecto lozano de la lengua en el frasco, no tenía ni 24 horas desde que la había extirpado. De pronto un fuerte zumbido resonaba en mis orejas, era como si mi sentido de la audición se hubiera repotencialziado, sin duda me perturbaba demasiado, hasta tal punto que no podía concentrarme en la prueba de disección que tenía ese día y eso que yo era el más diestro en el campo. No podía más el sonido se tornaba aterrador, parecía que la lengua tenía vida, su grito de aquel instante cuando le extirpe me enrojecía las orejas. No aguanté más el acosador gemido, salí corriendo. Era difícil imaginar en una persona casi sorda como yo, que aquel gemido adolorido de mi infeliz víctima se escuchara como si fuera real. No podía soportar semejante tortura, pasé por la comisaria y confesé mi crimen. Los sonidos al fin cesaron.
En conclusión este similar cuento de terror, no es más que una analogía a la magnífica obra de Allan Poe, donde sin lugar a duda, el crimen es casi perfecto, a no ser por la confesión del profanador, que hasta cierto punto luce inteligente y sensato, negando en todo momento una posible locura. En suma, aquí trato de establecer una relación directa entre lo que se puede considerar “remordimiento”. En el caso de Allan Poe, en mi opinión, no era su agudo sentido de la audición, lo que lo llevó a delatarse, porque sin duda, aquellos sonidos no existían más que en su propia mente. Al igual en mi obra, es aquella culpa que lo conlleva a confesar su crimen, ya que él era una persona prácticamente sorda, incapaz de reconocer sonidos a no ser con ayuda de su aparato, con el cual siempre lo habían ridiculizado hasta tal punto de hostigarlo e “incitarlo” al crimen. En conclusión es la culpa una tortura psicológica que persigue a ambos protagonistas que a pesar de haber maquinado un crimen sin levantar sospechas en contra suya, finalmente fue su consciencia los que los traicionó.