María

Instancias

Bastaba la mínima señal para acelerar mi pulso. Siempre pendiente. Desarrollé esa capacidad de abocarme a una tarea sin dejar de pensar en él. Encuentros ansiados, frecuentes. Mutuo deseo de compartir. Y comenzaba un sentimiento, una emoción que endulzaba el día. La vida tenía un espectro colorido. A la mañana brillaba el amarillo, despejando mi rostro  y encendiendo mi mirada dedicada. A la tarde me empapaba el naranja salpicando mi ánimo y coloreando mis anhelos. En las noches geniales deslumbraban matices colorados que convertían todo en paisajes sorprendentes. Y cada amanecer, a su lado, esperaba que abriera sus ojos  y que agudizara su escucha para gozar de imágenes soñadas  color sepia y oír mis murmullos soñados, recitando versos diáfanos, preámbulos de un día angelado.