Amo la vida, y como muchos…le temo a la muerte.
Será porque todavía no estoy preparada para ese momento estelar…
único e irrepetible; paradójicamente igual que nacer.
Nacer tiene el virtuosismo de la esperanza del mañana,
de un futuro incierto pero futuro al fin,
y por ende, perfectible.
Morir en cambio
para el corazón humano desapegado de creencias religiosas,
tiene el fatalismo de la incertidumbre,
el desafío del no saber,
el miedo del ya no ser.
La vida y la muerte lejos de ser antípodas,
es la pareja más perfecta que existe:
no puedes morir si no estás vivo,
y si estás vivo, tarde o temprano, vas a morir.
Y aunque a veces, porque lo llevamos incorporado,
le cargamos al tema un alto grado de dramatismo y angustia;
espero, como todo el mundo,
que Dios nos ayude a prepararnos para ese momento.
En mi caso, quiero estar bien despierta y lúcida,
para darme cuenta de ese instante trascendente,
donde seguramente pasarán por mi mente
las imágenes atesoradas y los mejores recuerdos;
esos, que a lo largo de nuestra existencia supimos cosechar.
Y si he sabido cuidar mi huerto,
tendré las flores que sembré a mi lado,
tomándome las manos
y con los ojos húmedos sin llanto, como les enseñé,
porque yo me voy…pero no los dejo.
Les quedan mis palabras, mis consejos, mis poesías, mis silencios,
mis errores y mis aciertos, pues en todo hay una enseñanza.
Pero sobre todo, les queda mi amor...
inmenso, sin fronteras,
y mi sonrisa final,
desde la ventana del micro que me lleva libre,
serena y con poco equipaje a mi último viaje,
esta vez...a las estrellas.
Alicia Santi
08-04-14