Brenda tenía un cuaderno de poemas. Ella era una adolescente de 14 años, que veía en la poesía una manera de expresar sus sentimientos en los mágicos momentos de soledad.
Allí en ese cuaderno, Brenda escribía cuanto sentía, sus momentos tristes, sus nostalgias, sus sueños, sus frustraciones y por supuesto sus contadas alegrías.
Ella era una joven que por el hecho de ser huérfana de madre, le tocó vivir una vida muy difícil entre tías y madrastras. Pero su cuaderno de poemas nunca la abandonó. Allí estaba él, fiel a sus sentimientos, en espera de nuevos trazos caligráficos que poco a poco se convertirían en poemas.
Brenda era muy celosa con sus apuntes poéticos, nadie, absolutamente nadie podía ver las cosas que ella tenía escritas en su cuaderno. A veces sus amigas querían por curiosidad saber lo que allí había y le hacían algunas tretas para poder leerlos, pero ella las descubría y lograba finalmente mantener el secreto de sus letras.
Cuando su madre falleció en una noche lluviosa, Brenda escribió en su cuaderno:”La noche llora conmigo / este triste momento / mi madre sin adiós se ha ido / y siento rabia por dentro” Así era ella, rebelde y sentimental.
Una mañana de febrero, cuando el sol brillaba en el jardín, su mejor amiga la traicionó. En un descuido que tuvo le tomó su cuaderno de notas y leyó el poema que ella había escrito ese día. Era el catorce de febrero y su poema era una petitoria a San Valentín, que comenzaba diciendo: “Hoy a mediados de febrero / sigo sola sin poder ser feliz / en este mundo de colores / sigue mi mundo pintado de gris… ¿Tú qué dices San Valentín?”. Así era ella inquieta y directa en sus peticiones.
Como nadie conocía sus poemas, solo ella los leía y releía cada noche y sentía control absoluto sobre su cuaderno; pero aquella triste experiencia de su amiga aquel día de febrero, la obligó a desprender la hoja donde había escrito el poema, para así mantener en completo secreto el resto de los versos que quedaban en el cuaderno. Ante esta dura decisión tuvo que ofrecer una disculpa a su fiel confidente: “Amigo, no lo tomes a mal / si hoy tristemente te agredo / lo hice en nombre de nuestra relación confidencial / aunque me haya dolido en el alma hacerlo”. Así era Brenda firme y decidida.
Así cada nuevo evento en la vida de Brenda, tenía la oportunidad de estar registrado en su libro de poemas. Al finalizar su educación básica y habiéndose despedido de sus amigos, escribió en su cuaderno: “Juntos aprendimos las vocales / y aprendimos también a contar / pero la vida tiene otros ventanales y debemos asomarnos para la vida mirar”. Así eran Brenda, madura y clara.
Una vez al regreso de la escuela encontró una mariposa muerta arrojada a mitad de camino. Allí Brenda escribió en su cuaderno: “Pido a Dios que te conceda / un nuevo cielo para que vueles / y sigas luciendo tus alitas de seda / sin manos ruines ni alfileres”. Así era Brenda, sentimental y esperanzadora.
Tanto recelo tenía Brenda de su cuaderno de notas, que a veces en las noches tenía pesadillas donde sufría defendiendo su poético secreto. Una noche soñó que un remolino de hojas secas la envolvió en el jardín cuando escribía unos versos para los capullos que habían florecido; no le dio tiempo de terminar el poema, porque la ráfaga de viento la envolvió completamente y ella como pudo dio media vuelta y abrazó fuertemente su cuaderno mientras el furioso remolino de hojas rugía a sus espaldas agitando su rojiza cabellera.
En la mañana cuando amaneció, estaba abrazada a su cuaderno, y agradeció a Dios que todo había sido un mal sueño.
Muchos años después, Brenda extravió su cuaderno de poemas en una mudanza, cuando se fue de su pueblo. Pensaba en él todo el tiempo y ante la imposibilidad de hallarlo, solo le pidió a Dios que lo encontrase algún poeta para que inspirado en su viejo amigo, contara su historia a todo el mundo.
¡Y sus peticiones fueron escuchadas!
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo, Venezuela