Luces apagadas
e ignorancia iluminada.
Ojos que huyen de las
flatulencias mecánicas
y la sodomia auditiva.
Acordeones suenan
al unísono del vendaval;
estocadas y caricia sonoras.
Martillo de doce golpes
en la pared, sombras sobre
mi sombra entierran con manos
de agua.
Revoloteo de letras que no
entiendo en un campo
electromagnético.
Polvo de estrellas y reparos
fúricos del martillo.
Va y vén de humo
con café y canela.
Un niño perdido en un
bosque al atardecer.
Otro golpe del martillo,
sobresalto en cama.
Brazos desplomandose.
Ojos cerrados.
Octavio Aldebarán Márquez.