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EL ESCUDO DEL ESPARTANO, Parte 2: \"Sombras en la tormenta\"

 

Sus pisadas resonaban en la hierba y llegaban a sus oídos con toda claridad. El bosque por el que caminaba se encontraba en el más absoluto silencio, apenas mancillado por alguna ráfaga de viento que agitaba las ramas en las copas de los árboles. No había ni rastro de vida a su alrededor y apenas podía oír algún ruido aparte del que producían sus sandalias. Su única compañía eran una lanza de madera y una pequeña bolsa con algunos utensilios.
Garnicles apenas podía recordar cuando había iniciado aquel viaje, su mente se hallaba ocupada en otros asuntos. Recuerdos de antaño.

Llevaba ya varias horas caminando por el bosque y comenzó a sentirse hastiado del ruido de sus pasos y de la monótona frondosidad que lo envolvía. Decidió trepar un árbol para poder emerger por encima del bosque y sentir de nuevo el abrazo del aire. Escogió uno de los árboles más robustos y altos que pudo encontrar y comenzó a subir por su tronco valiéndose de sus ágiles movimientos y su poderosa musculatura. Para él era un juego de niños pero cualquiera que lo hubiera visto trepar habría dudado si estaba viendo a un hombre ó a un mono. Cuando al fin coronó el árbol, pudo contemplar la inmensidad del bosque, una gran sábana verde que cubría muchos kilómetros del territorio de Laconia. A lo lejos más hacia el norte, se alzaban imponentes las montañas de Arcadia. El sur quedaba cubierto totalmente por las aguas del Egeo.

El cielo estaba gris y nuboso, y al sol no le quedaba más remedio que ocultarse tras su velo. Garnicles pudo sentir el contacto del fresco aire y se sintió reconfortado. La naturaleza formaba parte de él. Había sido su nueva madre desde que, al entrar en la Agogé, le separaron de aquella que lo concibió. Se le había obligado a vagar por los campos, los bosques y las montañas en las más pésimas condiciones, sin alimentos, sin agua y sin apenas ropa. Su inteligencia, su disciplina y su fortaleza eran las únicas herramientas de que disponía para sobrevivir. Ello formaba parte de un entrenamiento que sólo tenía dos posibles finales: morir ó llegar a ser uno de los guerreros más fuertes de La Tierra.
Mientras sentía el efecto vigorizante del aire cerró los ojos y alzó los brazos al cielo, como dando las gracias por este precioso regalo a los Anemoi, los Dioses del Viento.

Entonces el silencio sucumbió de repente cuando un rayo cruzó el cielo seguido muy de cerca por el trueno, su eterno perseguidor. Inmediatamente el cielo comenzó a llorar, y sus lágrimas eran muy abundantes. Garnicles decidió bajar del árbol para intentar buscar un refugio donde pasar la noche. Tras llegar al suelo con rapidez, oyó de nuevo otro trueno, esta vez más fuerte, y la lluvia comenzó a intensificarse. \"Zeus está especialmente irascible\", este pensamiento cruzó la mente del muchacho cuando, de repente, un rayo cayó cerca de su posición e hizo estallar uno los árboles más pequeños del bosque. Las astillas de madera quemada cayeron sobre él pero no le lastimaron ya que se movió con la velocidad de una pantera y consiguió esquivarlas a duras penas.

No esperó a que Zeus le obsequiará con otro de sus regalos. Sujetando bien la lanza y la bolsa, echó a correr por el bosque. No podía ver bien, la lluvia era cada vez más cerrada y la noche estaba arrivando con una rapidez antinatural. Además, el bosque se estaba haciendo más y más frondoso conforme se adentraba en él, y tenía que ir apartando ramas que se le echaban encima sin piedad, como si se encontrara en uno de sus habituales combates en la Agogé. Mientras las esquivaba y las golpeaba, no podía evitar pensar en el gran parecido que tenía esta situación con la que se presentaba habitualmente en las luchas contra sus maestros, peleando medio ciego por la sangre y el sudor, rodeado por sombras mortíferas que amenazaban su vida.

Sombras... había muchas sombras, cada vez podía ver más y más... lo rodeaban por delante, por detrás, a los lados... por más que golpeara con toda su hercúlea fuerza y derribara una sombra siempre surgían otras tres en su lugar para interponerse en su carrera. El agotamiento y la desesperación estaban empezando a hacer mella en Garnicles y ya no podía distinguir bien las formas de esas sombras... a veces le parecían árboles, a veces le parecían instructores ó compañeros de la Agogé, a veces incluso parecían tener siluetas deformes y grotescas, como si se tratara de demonios del Tártaro...

Pero no, un espartano puede morir en combate pero nunca sucumbir al miedo ni a la desesperación. Buscando fuerzas en los rincones más inexplorados de su cuerpo y de su alma, Garnicles apretó los dientes y acometió con la devastadora potencia del mar cuando golpea en los acantilados. Todo su universo se redujo a destrozar y pisotear las oscuras formas que intentaban pararlo, acabar con los enemigos sin vacilación y sin temor alguno. No existía el bosque, ni el aire, ni siquiera Esparta... corría por un vacío de oscuridad que parecía no tener fin...

Continuará...

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