Me rocías
refrescándome de misterios
en tus bajamares intensos...
conociéndome tan insignificante,
me abrumas contándome de tus mareas,
de tus horas y tus amarguras.
Y en las arenas de mi playa
me humedezco fielmente
con tu cuerpo revoltoso
que resbala por mi piel
como tu espuma blanca chorrea por mis piernas...
me sumerjo en la ley del vivir y morir
con tus caracolas lejanas, ajenas,
y golpeas agitadamente mi incertidumbre
y de par en par el sigilo común.
A menudo me arrastras,
me llamas desde tu inmensidad
prometiéndome ser sirena en tu jardín.
Me convocas donde la brisa se despeña
O en la claridad de las dunas,
entonces, mi mar de dentro, se viste
para bailar contigo
anexándonos popa al salitre...
añadimos hechizo a tus orillas.
a la hora del crepúsculo,
Y tu alma me huele a dolor,
a tortura , a aflicción:
a empeños de cuerpos malparados,
a deseos pendientes bañados de esperanzas
traficadas o expendidas.
En tu borde moreno y calado,
cuando el sol acaricia
mi algaida y mi onda,
las gaviotas…
ay,las gaviotas y los peces
me abrazan, gozosos,al despertar la mañana,
entonces tu, mi mar,
me habla de lo que nadie nos conto
y mis pasos presurosos
interrumpen el espejo claro de tus aguas
en los límites del momento.
Entonces me hago de sueños de sirenas
y dejo mecer los sentimientos dormidos
en cada verso, en cada letra…
en cada burbuja ,en cada lágrima salada.
Entonces,
Yo, “la Mar” canto a los cielos, y a las palmípedas,
a barcos desconsolados que la erudita llama,
a bancos de caballas o jureles
que rastrean su amor exasperado.
Y mis pasos, que el fluido borra
se guarda en la luz dorada,
entre poemas de esperanzas malvas
que voy soplando a los vientos,
al agua, a las olas, a las gaviotas...
a todo lo que añoro ,a ti…
Antonia Ceada Acevedo