Por la margen del Jiloca,
donde te vieron mis ojos,
siempre hemos vagado juntos
a la orilla de los chopos,
a cuyos pies, verde alfombra,
nos brindó muelle reposo
y en ella los dos sentados,
reclinados hombro en hombro,
te hablaba mi corazón
con su latir amoroso;
mis manos entre las tuyas
y mis ojos en tus ojos
me daban dicha inefable,
arrullando a mi tesoro,
hasta que Febo en ocaso
ocultando ya su rostro
y las nubes con sus rayos
las teñía de oro y rojo,
nos dirigíamos al pueblo,
caminando perezosos,
continuando nuestro idilio
al lado de aquellos olmos,
que con sus grandes ramas besan
la mansión de quien adoro.
¡Casta Luna!,
¡recios olmos!,
mis testigos
envidiosos
de las noches que aún añoro,
rendid ya
vuestro enojo
por la ausencia
de nosotros.
Fue el destino
doloroso
quien quitó
uno del otro;
nuestro nido
quedó roto
y cual pájaros
que del tronco
lleva el viento
con su soplo
ya volamos
sin reposo
por los sitios
más ignotos.
José Mª Contel
San Miguel de Los Reyes, 17 de agosto de 1.938