Me sentí cohibida, sin permiso de mirarlos,
pero lo hacía, y se burlaban.
¿De dónde la osadía de desear alguno?
ninguno era para mí.
Me observaban desde lejos
y sonreían entre sí,
susurrando sin ningún acto de condolencia.
Yo quería alguno de ellos,
aunque fuese el más pequeño;
pero al acercarme me ignoraban
para no perder el tiempo.
Conocían mi desdicha,
conmigo no estarían.
Aún me intimidan porque los veo
en todas partes con sus sonrisas
y el sentimiento que los invaden.
Pinturas, diseños, altares;
independientemente de su forma y función,
terminaron siendo para mí
obsequios banales.
**Febrero 14**