Afelío

Los cuentos de la realidad 2-Una soledad asesina.

Decían que estaba loco, no hablaba casi con nadie y era muy solitario, tal vez el más solitario del mundo,  solo su soledad lo acompañaba, ¡ha! pero lo acompañaba siempre; conocía los lugares más recónditos y lúgubres de la tierra, nunca había salido de la calle (precisamente en la calle es donde existen los peores lugares del planeta). Era un vagabundo, no obstante tenia casa a la cual nunca iba solo para dormir; deambulaba de noche, de día, de tarde y de madrugada, deambulaba de otoño y de verano, de tristeza y de alegría, deambulaba desde siempre con la mirada perdida y el paso truncado buscándose la vida sin saber a ciencia cierta qué era lo que buscaba.

Era un ladrón, decían, pues si, efectivamente este hombre se veía en la necesidad de robar para comer, si, robaba comida, solamente comida; vestía de la basura pero nunca se notaba sucio, todos desconfiaban de él y él de todos, por lo que no hablaba con nadie y nadie con él, le tenían miedo al demente, al hampón, al indigente. Dicen que siempre estaba ebrio y drogado, que no sabía lo que hacía, que ya no tenia noción de la vida, ni del tiempo ni del espacio ni del silencio.

Muchas veces lo denunciaron por robo, por agresiones verbales y físicas, por extorsión, por mal aspecto, por tantas cosas que nunca hizo, que nunca quiso hacer; fue encarcelado mil veces o dos mil o quien sabe cuantas más por hurtar un pan para su cena o un par de huevos para el desayuno, por defenderse ante las ofensas de la gente, por lucir como un criminal en sus viejas y gastadas ropas. Él, como los locos, los verdaderos locos, no tenía un solo gramo de maldad en sus míseros cuarenta y ocho kilos de peso y como pocos ladrones en este mundo era dichoso de llevar la conciencia pulcramente tranquila, libre de todo prejuicio, de toda mentira.

Nadie sabe si era feliz, lo que tal vez podría asegurar es que vivía tranquilo, en el sopor absoluto de su enfermedad, la soledad, “la soledad que es la mejor compañera de quien no está solo”.

Pasaron los años, los días, las lunas en su desvarié eterno, sus perpetuos encarcelamientos por delitos inocentes que no duraban mucho y de los cuales siempre salía bien librado y en libertad en unas cuantas horas o días en algunos casos; un día ya pasadas las mil y una reclusiones  de “El chacas” (así le llamaban al vagabundo, porque nadie sabía cómo se llamaba pues a nadie le importo nunca averiguarlo), la policía se canso de las mismas denuncias de siempre contra este hombre y cada vez que llegaba alguna presente simplemente la desechaban sin tomarle ya la menor importancia, pues ya sabían que siempre seria la misma historia en referencia a este caso, aprender al “Chacas” para volver a dejarlo en libertad al poco tiempo después por falta de pruebas contundentes, por falta de verdaderos delitos.

Sin embargo, en tal ocasión se reporto un robo a la estación policiaca; un hombre se habría robado un costal de frijoles minutos antes de cualquier almacén existente en los sueños de la hambruna, era “el chacas”. Tras la alerta, una patrulla detecto al sospechoso que corría desaforadamente a media calle con un pesado saco a la espalda intentando huir, pero no lo consiguió; esta vez los uniformados no siguieron el protocolo de siempre y dándole alcance sin pensar y con la sangre helada lo arroyaron brutalmente con la patrulla provocando así que “el chacas” rodara por el cofre de la patrulla e impactara posteriormente su cabeza contra el parabrisas; callo casi muerto y pesadamente sobre el asfalto tapizado en frijoles que se habían regado por todas partes tras el tremendo percance, los policías no tuvieron clemencia alguna con el vagabundo inexistente, pues en lugar de descender de la unidad en auxilio al herido, volvieron a pasarle por encima de su cuerpo inconsciente con las llantas del auto propiciando entonces y ahora si la muerte del “chacas”, la muerte de uno más de los pocos inocentes.

¡QUE IMPOTENCIA!............

Poca gente supo del hallazgo, pues como todos los delitos que son cometidos por la ley este también pasó por debajo del agua y nadie fue culpado por ello; pero, ¿a quién le interesa la vida o la muerte de un vagabundo, de un ladrón, de un loco?

No sé si esta es una historia trágica o estúpida, lo que sí me parece es totalmente repugnante y triste, tan triste como la vida misma.

En memoria de “El chacas”, el delincuente de buen corazón.