Sin epitafio ni memoria.
Sin luto ni condolencia.
Todo aquello que me nombraba ha muerto por propia mano.
(Para qué negarlo).
Mis palabras y pensamientos los enuncian
la oscuridad de este sepulcro.
(¿Qué puedo escribir cuando ya he muerto?)
Sólo tu recuerdo no apresura cielos
mientras quisiera escribir, aún muerta,
en tu nombre menos poemarios.
La cerrazón de la nada
se ha ceñido a mis labios,
y aún mis ojos la divisan
-de tan sombría-
como tu presencia que no aparta su cuita
de mi cuerpo sepultado.
¡En qué hora condené mi alma
a otros cielos ignorados
para siempre tuya, dime!
¡Dime tú si fue en tu misterio
o en tu ternura
donde bebí yo la llovizna
que vino hoy a ser borrasca
sobre el puerto de esta triste despedida.
¡Amor de mi muerte dueño!
Aquí yace,
sin epitafio
ni memoria,
ni luto
ni condolencia
mi polvo y su silencio que te nombra.