Cuando intenté juntar las sílabas
para perpetuar el amarillo del Araguaney,
la sangre del Ceibo trepó a mi memoria,
me golpeó un lila de cardo que trajo el viento
y un aroma a carqueja abrazó mis sales, todas.
El amarillo del Araguaney,
en donde quiso siempre vivir el Araguaney,
de cuando está en donde se le denomina autóctono,
se recuesta sobre los verdes más nobles
que una escala de colores pueda imaginar,
y juega con una variedad de matices jamás igualada
en parte alguna de este Planeta.
Ese amarillo allí, en dónde existe el Araguaney,
en donde quiso siempre vivir el Araguaney,
de cuando está en donde se le denomina autóctono,
es abrazado por esos verdes y remontado hacia las pupilas,
con toda la energía de la felicidad plena de su sangre y su tierra.
Por ello el Ceibo llamó a mi memoria…el sabe de destierros,
los de a caballo y los de avión…de todos ellos sabe el Ceibo.
Al cardo me lo arrojaron, para dar el pinchazo tupido,
como esos que da en los tobillos cuando ronronea en el campo,
campo que ha sabido de entierros y me lo recuerda pinchando.
La carqueja que tanto alivia vino a aflojarme las tripas,
que tiesas y enmohecidas deja el recuerdo, cuando el cardo pincha.
Cuando intenté juntar las sílabas,
para perpetuar el amarillo del Araguaney,
la sangre del Ceibo trepó a mi memoria,
me golpeó un lila de cardo que trajo el viento
y un aroma a carqueja abrazó mis sales, todas…
todas…pero esta vez, me encontró despierto.