Es en la noche de las creencias donde nacen
los terrores de las mitologías,
desolados monstruos que aún gritan.
Fantasmas divinos, imágenes nuestras
que parimos en la sordidez de la desolación
en la ceguedad de los atajos.
No quiero oír sus voces ni ver aquellos
tristes rostros tras las máscaras, no quiero
sus maderos en el naufragio, venga el dolor
venga el frío, que yo solo me salve.
No necesito promesas de ultratumba
lamentos y pañuelos en el reino de Hades
Soy de este mundo, no me interesa el cielo
He pasado demasiado tiempo en el infierno
como para merecerme otros fuegos.
Alabada sea mi diosa y su esbelta frente
quiero su tierna calidez, ser su discípulo
quiero el sudor de la búsqueda, quedarme ciego
intentando mirar su esencia tan clara
tan lúcida, amo sus cabellos de papel
su precisión pulida, su ritmo trasnochado.
Y allí están sus amantes mirando
desde los siglos como tributo al método
a la incesante búsqueda de la verdad
iluminan la noche, espantan a las fieras
ahuyentan los ídolos, los quebrantan,
y sobre el polvo que se esparcirá
levantan el edificio de la hermandad.