Sobre ti fui, mordí tu manzana,
se abrieron para mi tus dos senderos,
uno de silencio, el otro de bravura.
En tu vientre anduve con mi rosa blanca,
tu mariposa subió hasta mi boca…
Dejaste reposar mi invierno sobre tu hoguera
crecida.
Amarrado a ti mi corazón naufragó.
Mi solitaria agonía fue el lobo de tu pena,
dirigí veloz acecho a la sangre
de tu belleza.
Hasta llegar a ti transcurrió la inmensidad.
Fui navegando el destino,
entonces subió por las redes
tu luna limpia.
¡Tu cintura de arena fue el comienzo
de mi vida! ¡En tu hondura de océano
cayó mi ola prepotente!
Amor, sobre ti triunfó mi sueño,
rasgando en fragmentos
tu desnuda inocencia…
Muy de noche apagué tu vela,
la oscuridad de catedral nos hizo sentir sagrados,
percibimos por un instante
los siglos en las paredes.