Ella se planta enfrente,
y le mira y le habla.
Y le pone caras,
le llama por su nombre,
le abanica las pestañas
y le respira extrañeza.
Luego le grita y le pega,
llora y se conmueve.
Cuando se cansa le consiente,
luego regresa y se vuelve a ir,
y le suspira rezos al oído,
le acaricia y se desentiende.
Y a veces le odia,
y le condena, y le reprocha.
Otras le quiere, le añora,
y lo espera desnuda,
y le da a beber sus senos,
le besa le pecho,
le toma la mano
y le miente al estremecerse.
Al otro día le habla,
Y no hay nada.
Y de nuevo llora,
le habla del sueño,
y le besa la boca,
y le camina en la cara
y sus pies no le tocan.
Ella no le habla,
Y le araña fiera,
y le parte la risa,
le estruja y le hiere.
Le pide que la toque,
que la mate y termine,
le destruye, y le ignora,
y ya no hace nada más.
Al final se sienta,
silente y de ojos negros.
Él se planta enfrente,
y le mira y le habla…