Contraste hacían en el parque los tilos y las palmeras
pero su encanto tenía tan extraña composición.
Le gustaba a la Señorita Catalina pasearse por el jardín
a la sombra de los tilos, acompañada de su perrita Lulú, la
única amiga que le quedaba ya que sus compañeras de
colegio, misa y parchís ya estaban casadas.
Muchos la pretendieron, mas para su madre ninguno le
fue adecuado; si no era por ser un humilde escribano, era
por no tener título renombrado. Todos tenían faltas. Para
su hija ninguno daba la talla.
Ya pasaba de los treinta, era buena moza y elegante,
hermosa en demasía, así que los hombres la admiraban
pero temían ser despreciados por la ella y por su madre, de
manera que sola se quedaba la moza más deseada y menos
cortejada.
Paseando bajo los tilos y palmeras, su perrita se escapó
a jugar con un can, que de sobra se le veía que no era callejero
pero Catalina asustada de que el animal le hiciese
daño fue a su encuentro, dándole un buen regaño.
El caballero propietario del machito presumido, cogió a
su animalito en brazos y dirigiéndose a Catalina dijo:
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- No se preocupe, que está muy bien educado y a su
perrita no le hará daño.
De esta manera comenzó una larga conversación que
versó sobre los tilos y palmeras que aquel parque albergaba.
Ella era muy instruida en botánica como en otras
muchas cosas, menos en amores, que era una inexperta.
Le contó al caballero las razones del contraste de las
plantas del parque, razones tan interesantes como que
aquel lugar había sido finca de un potentado que en el
pasado vendía tila a los curanderos.
Un hijo del anciano llegó de “hacer las américas” y en
recuerdo de aquella tierra que tanto amaba, le apeteció
plantar aquellas palmeras que pertenecían a la familia de
las “LODICEA MALDIVIA.”
Con el tiempo, un heredero de esta familia, regaló al
pueblo esta hermosa finca que luego el ayuntamiento
transformó en jardines y paseos por donde la gente disfruta
de su sombra, a la vez que se abastece de tila para sus
infusiones que dicen son buenas para restablecer el sueño
y males de nervios y no se qué otras cuestiones.
Pasaron los días, y aquel caballero la esperaba con disimulo
haciendo que paseaba a su perrito Bruno.
Declaró el señor, que era madrileño, que poseía un yate
que estaba en el astillero reparando la quilla que un temporal
había averiado.
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Era dueño de una empresa que tenía mucho que ver con
el acero, por eso frecuentaba ese pueblo.
Catalina comentó con su familia que había conocido un
gentilhombre elegante y cortés, aunque ya madurito pero
resultaba encantador. Habló de su yate, de la empresa y de
sus conocimientos en pintura y museos, en música y
demás artes.
Encandilada se quedó la anciana madre, y presto le propuso
que le invitase a comer, aprovechando que pronto
sería la romería del pueblo.
Saliendo de la novena del Carmen, se encontraron
madre e hija con el caballero, notándose a la vista que
ambos se hicieron los encontradizos.
Con cortesía invitó a las dos damas a tomarse un refresco
en la terraza de la cafetería más elegante del puerto.
Accedieron muy gustosas, y el momento por Doña
Clotilde fue bien aprovechado. Invitó al caballero a comer
en familia el día de la fiesta del pueblo, no sin antes enterarse
de que si su esposa acudiría para fecha tan reseñada,
El Carmen, Patrona de los marinos, que es de lo que aquel
pueblo vivía.
-No Señora, soy soltero,- respondió, muy sereno y
comedido, a pesar de haberse dado cuenta de que la anciana
confesarle había querido.
No pasado mucho tiempo, la boda fue preparada. La
niña de Doña Cloti, para vestir santos ya no se quedaba.
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La felicidad poco duró en aquella novia ilusionada. A
la vuelta del viaje de novios, la duda se le atragantaba.
Dejó pasar el tiempo, en espera de que las cosas cambiaran
ya que a lo mejor aquel hombre, algo que ella desconocía
le pasaba.
El tiempo trascurría sin saber lo que sucedía. Su esposo
tanto la respetaba, que ni un beso le daba. De solteros
así era, ya que poco duró el noviazgo y él le dijo, que la
respetaría hasta a los altares llevarla.
El tiempo pasaba y el altar ya estaba lejano, y el respeto
del caballero, ya de decoroso, molestaba.
Pasado un tiempo, el esposo de viaje se fue, viaje dijo
de trabajo pero resultó de placer. Así supo Catalina, que le
acompañaba un buen amigo; tan amigo que compartía su
lecho y almohada.
Lloraba desesperada contando a su madre lo que le
pasaba. Pedía le ayudaran a deshacer aquel matrimonio
que no había sido consumado, ni que lo fuese esperaba.
Negaba la anciana tal propuesta: -Eso hija mía no has
de hacer, tu honra será mancillada. Una buena cristiana ha
de saber ser honesta, y si esa desgracia le sobreviene, su fe
y decencia le ayudarán a sufrir en silencio, y por Dios
serás premiada.
Nadie apoyaba su propuesta, sola ante tal injusticia
estaba, así que decidió quedarse callada.
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Los amigos de su esposo, por su casa vagaban. Por el
jardín de su finca, de la mano se paseaban. En la piscina,
escenitas de amor exhibían sin vergüenza ni rubor.
Reproches y más reproches, como: ¿Por qué me has
engañado? ¿Por qué actúas ante mí con tanto descaro?, y
él sin la menor delicadaza le respondía:
-Me casé contigo para tapar mis flaquezas. Si tu madre
deseaba casarte para que no quedaras para vestir santos, la
mía quería mi boda para que nadie supiera de mis carnales
apetitos.
Después de un penoso tiempo, llegaron a la conclusión
de que aquella circunstancia sólo una salida tenía, y a esta
se llegaría a través de la razón.
Conversaciones y diálogos llevaron a un acuerdo a los
cónyuges para hacer de aquella vida una convivencia más
llevadera. Propuso el esposo a su desposada, que era tan
virgen como la misma Inmaculada, un acuerdo que a ella
no le gustaba pero al no haber otro remedio, se puso en
práctica. Ella se iría de vacaciones a la finca que más deseara
acompañada del chofer, ya que él sabía que bien se
miraban, que sólo la decencia de su esposa y el respeto del
chofer ponían freno a aquel amor oculto que hacía tiempo
ya sospechaba.
Él se iría por otro lado con su amigo del alma, y de vez
en cuando se juntarían para guardar las apariencias, aunque
no fuese más que delante del servicio y fuera de casa.
Así comenzó la comedia, que a la vista poco duro, ya
que Catalina avergonzada de un tilo se colgó.
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