Era Diciembre...
Tostada tu cara de brisa y verano,
sentada en la playa...
el agua mojando tus pies y tus manos,
te veías cual roca... tu cuerpo dorado.
Yo no te quería, ¡pero eras tan linda!
y, muy importante, ¡flamantes quince años!
La tarde caliente nos tendió su lazo,
los dichos de siempre (mentiras del caso),
tú no me querías... pero era diciembre...
Y nos fuimos quedando (entre “cocas” y “sanwis”)
estirando el tiempo...
bebiendo ese fuego que tiene el ocaso,
hasta que la noche nos trajo el ardiente
ancestral abrazo...
te diste con ganas... te tomé con fuerza,
como una anaconda a su jugosa presa.
Reímos, gozamos... y luego nos fuimos
y nos separamos.
Ha pasado un año...
y ayer, en la playa, me volvió el recuerdo
de tus ojos verdes y tu terso cuerpo.
Ninguno tenía interés por el otro,
fue sólo un momento...
¡pero eras tan linda!... y era diciembre...
Y quise nombrarte, repetir tu nombre
aunque sea entre dientes...
Pero lo he olvidado, y no pude hacerlo,
aunque por un rato realicé el esfuerzo.