I.En el principio sólo había miradas. Se escondían. Se fugaban. Se deslizaban entre los rostros de quienes no importaban. Intentaban acercarse. No había nada que pudiera posponer su encuentro. Ni el parpadeo, ni el caminar, ni los muros, mucho menos las cabezas. Pasado el tiempo las miradas se habían vuelto ágiles. Descubrieron el intervalo exacto para darse su momento. Lo hicieron una y otra vez. Una y otra vez. II Llegaron luego las caricias. Las miradas ya se habían fundido. Era el momento en que las manos jugueteaban entre los cabellos de ambos. Las caricias iniciaban desde el mentón y describían con suma precisión los límites de cada rostro. El de ella era alargo. Tenía pómulos prominentes y una piel suave. El de él era cuadrado. Las caricias de ella se topaban con la rebeldía de su barba pero sus manos eran firmes y obedientes. No retrocedieron el camino. Se leyeron con las manos cada uno de los impulsos. Se leyeron con la mano cada uno de los impulsos.
III Se besaron. Crearon los mares y los ríos entre la saliva que rebosaba de sus labios. Eran generosos. No contuvieron ni una sola gota. Toda fue de boca en boca. La de ella y la de él. La bóveda fue el éxtasis al que conlleva todo buen beso. Todo buen beso.
IV Ella le dijo – Hágase perpetuo el beso - y él le respondió –hágase tu voluntad-
Ella continúo diciendo –Bajá la mano hacia los pechos- y él le respondió –Hágase tu voluntad-
Él como parte importante de la creación, dotó de autonomía a sus manos que fueron luego descubriendo uno a uno los terrenos ocultos. No se olvidó si quiera de un rincón. Sabía que el arte de crear exigía enorme pericia, además de tacto.
Desenfundaron sus cuerpos.
Ella agregó con voz temblorosa –Hágase el amor- y él respondió –Hágase tu voluntad-