Alguna vez me senté a escribirte, tenía entre los dedos un delicioso aroma de café.
Ponía en mis ojos una imagen perfecta de tu preciosa presencia, junto a mis orejas un fino nudo de cabello que entre frío y luna se volvía una trenza, junto a mí un frío incesante que soplaba en mis mejillas y un vaso de agua, éste no recuerdo para qué.
Tuve un dulce recuerdo, de esos que evoca entrañables suspiros y pequeñas lágrimas furtivas, de esos recuerdos que a veces cantas entre sollozos tristes y parpadeos infinitos… Te recordé, así, desnudo entre mis brazos recitando un humilde poema, unos versos con sabor a ese dolor que tanto profesabas, a esa tristeza que alimentabas desde tu prematura adultez. Tus labios entreabiertos y tus manos sobre mi abdomen, mientras hacías una pausa, sonreías y me comías con tus ojos, perpetuabas ese instante con sólo mirarme. Pude sentir, en aquel recuerdo, que esos ojos almendrados estarían siempre dentro de mí, dentro de cada verso y entre mis dolores del alma.
Un día comprendí que ese dolor que devoraba mis noches y mis infinitos soles, era un dolor del alma, de esos dolores que no tienen inicio ni fin, sólo están porque sí, porque así lo quiso el viento que se colaba en mis sueños y en mis tiernos deseos, porque mis suspiros, aunque muy faltos de fuerza, tenían un color pesaroso, una textura extraña que rasgaba mi garganta y entorpecía mis palabras.
Estabas mirándome, mientras que tu dedo inquieto danzaba entre mis piernas, tus labios se tornaban débiles y a veces fruncías las cejas, ahora sé porqué lo hacías, sé que querías gritarme promesas hermosas y atravesar mi enorme geografía, querías inmortalizar aquella imagen de mis piernas y tu boca, esa boca magna que erizaba mis deseos, esa boca amapola que adormecía cada uno de mis sentidos.
¡Ah! Recuerdo mis labios flor y tu boca y no logro concebir tanta mesura sin ti.
Las lunas que han muerto y los infames soles que me han enloquecido, esos soles que me angustian y me ahogan en mares de tristeza…
Me puse de pie, interrumpí tus besos, recuerdo que sonreíste por un corto verso, sentí miedo. Te dije a lo lejos, a unos cuantos pasos de tu boca, cuánto te amaba, mi corazón estaba por desbordarse, nunca supe hacia qué rincón de mi cuerpo huyó aquella imagen, esa imagen que inmortalizamos fielmente entre infinitas caricias. Me alejé unos versos más de tu boca. Debo aceptar que ahora no recuerdo cómo retroceder mis desorientados pies, me perdí entre tantas promesas sin cumplir y dolores sin voz.
Por última vez pude rozar mis labios con los tuyos, recuerdo que me perdí en tus brazos, en tantos silencios que iban perdiéndose en la tierra. Nos perdimos, mi amor, nos dejamos llover por los miedos insensatos del amor, me sacaste como quien borra un verso enamorado de un trozo de papel triste y añejo, me secaste como quien seca unos ojos cargados de olvido…
Desde entonces, he fingido que duermo todas las noches.