Miro al frente y aparece dibujado
un diminuto montículo en su frente
de insignificantes árboles sembrados,
en un paraje que aparece sonriente.
De escarpadas calvas raídas a dos lados
pintadas de ocres colores diferentes,
que impávidos van fisgándole al nublado
amenazantes las lluvias en septiembre.
En trance, un caserón viejo, derruido
que por el paso del tiempo atormentado,
vigilante permanece ensimismado
y al espectáculo asiste adormecido.
Al pié, un rio susurros cuchicheando
corriendo ansioso del monte en la ladera
entre chopos al silencio va lanzando
salmos tristes de sus odas plañideras.
Arrebujadas las fuentes se han unido
para mandar desde el cielo sus mensajes,
poner un manto de empapados latidos,
lámina gris de acetona en el paisaje.
Un carromato de bueyes que arreando,
viejo, de un vecino al que la frente ciega
poco a poco va avanzando por la vega.
en su traqueteo el sol, está escampando.