Viuda...
Tu cumpleaños cuarenta
te encontró viuda y enferma,
de esto ya hace diez años
(si no perdiste la cuenta).
De otras cosas más te acuerdas,
aunque se te van borrando
en el tiempo que (pasando)
tu triste vida se lleva...
Soledad, es que se llama
tu más fiel acompañante,
¡Sola quedaste y subsistes
porque así te acostumbraste!
Tus hijos se fueron lejos,
a triunfar a Buenos Aires...
y acaricias sus recuerdos
(por no acariciar a nadie).
Las sombras te hacen llorar,
no encuentras paz ni sosiego,
el lecho es una tortura
que sólo madura ruegos...
(a veces hasta preguntas
si es que habrá Dios en el cielo).
Hace días te persigue
un muy lejano recuerdo,
fue a la salida de un baile
con un robusto moreno
(él te había excitado
hasta irritarte los senos),
sus manos puso en tu cuerpo
sin dejarle un recoveco
en donde no hubiera dedos...
Y en la penumbra, el baldío,
pastos húmedos, luciérnagas,
jadeos, medias palabras,
grillos, la luna y estrellas
(con muy poca resistencia),
¡él se metía entre tus piernas!
(descubriéndote la cosa
en que más gozo tuvieras).
Sabes bien que vez tras vez
fueron cambiando las caras,
pero, del baile después,
¡siempre obtuviste el premio!;
no fue lo tuyo desidia,
sino que nadie te dijo,
y la cruda realidad
te castigó con tres hijos,
... te tuviste que arrastrar
y golpear hasta el martirio.
Los años fueron maestros,
un poco te mejoraste,
controlaste más el sexo
y encontraste un hombre bueno
con el que al fin te casaste.
¡Qué pena que poco durara!...
¡cuando ya te parecía
que habías resuelto tu vida!...
¡cuándo ya con él te hallabas!,
¡cuándo por fin lo querías!
Se murió y se llevó todo:
¡Tu esperanza y tu alegría!
Después pasaron los días,
muchos, sin que te enteraras,
y casi no se te daba
por buscarte compañía,
(sucedía que no podías,
así que no procurabas...)
Hoy te miraste al espejo,
en el aire está el verano...
hace mucho que el resabio
de tu cuerpo te reclama:
¡que está vacía tu cama!,
¡que se está pasando el tiempo!,
¡que las caricias te faltan!...
Las canas que te coronan,
la arruga de tu entrecejo,
la grosura de tu abdomen,
la flaccidez de tus senos
y la profunda tristeza
que refleja tu mirada:
¡fríos barrotes que encierran,
cárcel, ventana a tus ansias!
Estás fea, lo reconoces,
¿ quién, así, querrá hacerte...
o quién reavivará tu fuego?...
o, entre cenizas y nieve:
¿ quién lograría encenderte?...
y no hallas fuerza siquiera
¡ni para levantar el peine!
... Y se socava en la lerda
angustia que te carcome:
¡un abismo en que ni un hombre
desea abrirte las piernas!
... El tiempo continúa pasando,
mientras sigues esperando:
¡Nada, hasta que Dios lo quiera!