En la desesperación
de la pálida mañana,
imaginé hallarla en la ribera
la busqué en las piedras.
y en todos los rincones
el mar dormido estaba,
la marea en descenso reposaba
y la brisa bordaba versos
sobre la arena tejía.
Los mazaricos pasaban
en sus rápidas bandadas,
más dos garzas blanquecinas,
se hallaban en la playa,
vieron corren mi llanto
por la falta que me hacia
por la ausencia de mi amada
por la ausencia que buscaba.
Con mis cortas pupilas
en la sombra blanca imbuía,
hallarla y mirarla de cerca,
y para palparla con mis ojos.
Hasta que la vi luminosa,
Imperiosa y tan hermosa
Allí estaba, allí lloraba
donde se mueren las barcas
donde duermen los recuerdos
de las sirenas amadas.
Lejos, en un pedregal,
donde se pudren las algas,
donde el viento osado brama
encima de las sogas.
Me fui acercando a la sombra,
a una hermosura extraña
¡Qué celestial perfección,
qué forma tan concluida!
Cuando advertí su semblante
supe que era ella,
de rodillas me postré
para mirarla y amarla.
Sentadita en una peña,
bajo su santa aureola,
estaba lánguida y triste,
pensativa y solitaria.
Por la pena mía lloraba,
lloraba por mi amargura,
sentía melancolía
al dejarme solo y triste
despojado y sin ella.
Yo le tendí mis manos
para poder consolarla,
dándole cinco mil besos,
sobre sus velos de nácar,
qué alegría tan grande
fue para mí hallarla
besarla y adosarla.