Despierto con la noticia de que se ha ido, con las camisas llenas de besos rojos, de lágrimas secas y negras; con sus tacones preciosos colgados del perchero, con un vestido raído por las noches de locura y vino. Encuentro todo un mundo que de la nada se ha perdido, encuentro su sombra, su aroma a peligro y flora. Me siento en el lado de su cama, donde aún están un par de cabellos negros sobre su almohada; me siento, viendo el tocador donde antes le hice el amor una noche en que ya no había tiempo ni alboradas. Miro como la alcoba embrujada de sus espectros se torna tan basta de castigos y de tormentos, con el sonido de su risa haciendo eco, con su cuerpo desnudo caminando tranquila por las sendas de nuestro microuniverso, con los chasquidos de huesos y pieles en fricción, con las canciones que cantaba después de que hacíamos el amor. Ahí morí aquella mañana, cuando encontré la nota de despedida, que sólo contenía su aroma, un beso y mil palabras que no significaban nada.