LIZ ABRIL

EL HOMBRE

El hombre debería aprender que tiene un precio muy alto el 

sexo disfrazado de amor.
El hombre debería aprender a llamar las cosas por su nombre.
El hombre debería aprender a no usar las palabras para
manipular, ni para jugar con los sentimientos de otro ser
humano.
Sin embargo el hombre aprende a cambiarle el nombre a las
cosas. Aprende a usar las palabras para manipular y jugar con
los sentimientos de otro ser humano.
El hombre aprende a cobrarse el precio que una vez pagó por el
sexo disfrazado de amor.
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, como en un simple acto de
magia, como si sólo fuera necesario chasquear los dedos…
destruye sueños, ilusiones, esperanzas, como si sólo fueran
castillos de arena.
Como un boomerang.
Ida y vuelta.
Causa y efecto.
Todo es una larga cadena. Una red. Oferta y demanda.
El hombre debería aprender a ser libre.
El hombre debería aprender a ser feliz.
El hombre debería romper las cadenas.
No cometer los errores que cometieron con él.
El hombre debería simplemente buscar dentro de si mismo el
amor de verdad y en honor al amor dominar sus instintos. El hombre debería luchar y jugarse el todo por el todo por ese
amor ideal.
Que no fuera en su boca sólo una palabra usada y gastada
para su conveniencia. Un ardid, un engaño, una simple
estrategia para llegar al placer.
El hombre debería aprender a decir “te amo” sólo cuando las
palabras brotan de su corazón y no de su cerebro.
Sin embargo es más fácil no buscar, no luchar, no arriesgarse y
decir “te amo” cuando queda bien.
Pero… ¿acaso el hombre se preguntó alguna vez si vale la pena
perder cosas que son invaluables? ¿Pagar tanto por algo
efímero, para luego cobrarse otra vez y en esta transacción
interminable quedar siempre vacío?