Pérdida y sola estaba mi alma
al verla en silencio le dije:
“De ti se ha ido mi amada
y si he de morir contigo,
tuya es el alma mía
y si es que no muriere,
me iré de aquí a las galaxias.
Te llamaré entre ruegos
y te dejaré morir
en las auroras cristianas
para que luego regreses
como dulce peregrino,
a la última morada”
Estas fueron las palabras,
que entregué aquella vez
a mi amada al marcharse
de mi lado te irás
le dije llenas de angustia,
otras de lágrimas llenas.
Yo, triste y cabizbajo,
casi sin poder, le dije:
No te vayas, ven ocúpame
tú eres mi alma y mi vida
Ven, oh, gloria mía,
habita en mis entrañas,
y si hemos de morir
los dos sucumbamos
por la misma razón y causa
vuelve conmigo, vuelve.
Yo sé que mueres de amor
por tu bien amada
yo también estoy muriendo
y sin poder hallarla.
Entra en mi cuerpo en vida,
entra en mi cuerpo, alma mía,
si es preciso morir, muramos,
muramos por nuestra amada.
Se levantó aquella sombra,
la sombra blanca y pura
y así sencillo me dijo:
“Morir de amor es de almas,
acércate, cuerpo mío,
carnal morada es la mía.
Entraré por tu boca,
por tu garganta y tu pecho
acamparé yo contigo
en tus blancas entrañas,
y después, si quieres,
muramos, muramos los dos,
muramos para siempre,
muramos y muramos,
por la misma causa y razón”