Eres el destello mío,
el rayo iluminado de mi pecho
que a las sombras las ahogan
y envuelve en sus brisas.
Y ese vino amargo
que embrujaba
y te empujaba
hasta el fondo de los fosos
cual tempestades
de fría hiel al ciego abismo.
Y esos fulgores que cabalgaban
en las nubes se perdieron
con la luna mágica que salivó
a las estrellas enlutadas.
Y ese rocío en la mañana
que se acerca en las auroras
con la guadaña de muerte
en sus cúmulos fenecen.
Más el necio y hosco aire
acuchillan a tu febo
y todos ellos entran al templo
oscureciendo las retinas
con el éter del hechizo.
Reduciendo en fría sangre,
las cándidas brisas que repasan,
por eso, ven estrella mía, ven,
compasadme esta sombra que me hechiza
que se agolpa en las persianas de mi pecho
y sin juicio vencen al trovero febo.
Y tú estrella mía, álzate a los cielos
que los ángeles vivos
te harán una morada encima de las brisas
para vivir conmigo, allí en el templo
inmaculado del edén
en ese valle de amores seremos
y santos por los siglos de los siglos.