Así como Alejandro Magno soñaba con ir a Oriente, yo soñaba contigo.
Al igual que Aquiles anhelaba alcanzar la gloria eterna, yo era glorioso a tu lado.
Así como lo es Dios para los más desamparados, tú eras para mí eso que se denomina fe.
De la misma forma que Ulises peleó por Penélope por amor, yo te amaba aún más.
Así como Edipo perdió sus ojos por amar a su progenitora, yo ya estaba cegado al amarte.
Así como las leyendas que explican el origen del mundo, tú creaste el mío cuando te conocí.
Al igual que Heracles tuvo que superar los “12 trabajos” para limpiar su alma, tú eras mi pureza.
Tú representas para mí lo que para Sansón era el cabello: mi fortaleza y mis ganas, entonces: ¿Aún no sabes lo que eras para mí?
Pues eras mi todo y mi parte, eras eso que algunas personas posicionan como “amor”, eso eras. Pero ya dejaste de ser, y ahora eres, eres mi debilidad, eres una ausencia presente en mí, aquella que después de tu partida no he sabido sobrepasar ni con la ayuda de esos sentimientos que después de sufrir vienen a cada uno, aún estoy esperando que termine el vendaval para que ilumine el sol. Quiero que esos rayos amarillos ahuyenten y hagan de tus sombras una hecatombe, quiero desclavarme de mi corazón tus promesas, abrazos, pero a la vez quiero recordarte, tus besos y lagrimas. Anhelo como un niño poder empezar un camino nuevo, pero para mí “no se hace camino al andar” ya que aún no logro superar lo que me aqueja, por eso también siempre serás un recuerdo inolvidable, de esos que Homero pudo plasmar en sus obras. Representas todo para mí, representas lo que eras, lo que eres y lo que serás.