Nos desvistió el ocaso
y un murmullo de silencio
nuestras almas anegó.
Por ti se pobló de flores mi boca,
cayó la tarde
con su ala dorada.
Amor, en el carrusel del viento
transitó tu gemido,
yo era un témpano de sol
y tu el agua herida
en la fontana de la noche.
Mi sangre recorrió el ámbito
de tu pálido cauce,
hasta unirse a tu abierta sangre
más honda que la mia,
y un bosque de placer
nos abrió sus raíces.
Pensaba yo que morías
con tu existencia completa,
pero sólo parecías una pluma
liberada.
La rosada luna
en lo alto abría un tragaluz.
La reja de la noche apresaba tu desvelo,
era río callado tu destino,
me observabas con ojos
agradecidos y mudos.
No quise desprenderme de tu vientre,
me quedé muchas horas
vigilando tu debilidad,
solitarios los dos
en medio de la nada.