Cuando recuerdo de niña
una infancia plena y feliz,
siempre aparece mi hermano
paciente y cariñoso cerca de mi.
Nueve años nos llevamos
y a pesar de la diferencia de edad
fuimos dos almas gemelas,
manantial de convivencia
de serena calma y felicidad.
Formaba parte de mis juegos,
de mis sueños y despertares,
suave brisa sus cabellos ensortijados
y el calor de sus manos tan especiales.
El camino que juntos andamos,
la eterna complicidad entre ambos,
fueron tesoros y momentos vividos
que jamás podré olvidarlos.
Años dorados que pasamos
en que todo era paz y contento
pero un cierto día, casi de repente,
en un trén de la estación del Norte
se embarcaron con él mis sueños.
Era una mañana de gris vestida,
aquella infernal locomotora silbando,
la familia en el humeante andén reunida
y nuestro perro junto a mi temblando.
El tiempo fue pasando para los dos,
él estudiando y yo haciéndome mayor,
a cada paso soñaba que lo tenía a mi lado
y su abierta y limpia sonrisa escuchando.
Fueron años de felicidad compartida
en nuestro querido barrio valenciano
por el que anduvimos de la mano
las cuatro estaciones del año.
Tan bellos como el arcoíris
con matices de colores asombrosos
con puros sentimientos amorosos
que abrazaron mi infancia y su sentir.
Y ahora que la vida nos ha juntado
y que nada nos separa como entonces,
seguiremos por esa unión luchando
como auténticos titanes.
Fina