Yo te había dado la espalda. Había detenido mi viaje, solo para que me veas desde lejos. Que me contemples como un fantasma en tiempo presente. Y quieras comer las mismas cerezas de mis manos, con la perpetua avidez del pasado.
Yo te daba un perro. Un perro todos los días. Para que lo alimentes, lo bañes, le pongas un nombre -el de tu héroe favorito-Todas las noches, los echabas a la calle. Los mirabas partir y creías que eras vos mismo, emigrando desde tu desamor hasta el olvido en que estallamos cuando hay memoria
Algo así lo dijo Mario.
Te daba mi vientre. Y le dibujabas mapas, lineas que circulaban confusas alrededor de una ciudad que se llamaba Lluvia. Y la lluvia era un patio de mujeres solas. Tejiendo su cabello. A la espera de alquien que no habían conocido, más que en confusos sueños. Qué hermosa ciudad curtida en nostalgia, en espera de sombras. Qué hermoso hijo trazabas en mí.
Un hijo de tristeza. Que no podía llegar a su madre. Salvo contemplarla, con la ardiente ilusión de que al llegar a sus brazos, podría ser amado. O expiado de tener un corazón intacto jamás lastimado.
Porque... ¿Quién puede sufrir de tristeza, cuando ha nacido en ella?
Te dormías al amanecer. Enfermo de insomnio.
Enfermo de ti mismo. Mirabas al espejo y ninguna de esas caras era la que tuviste, cuando fuiste feliz.
Cuándo fuiste feliz?