Sutilmente el sentimiento comenzó a subir desde el corazón hasta el alma, inesperadamente su presencia se volvió vital para mí. Así como de repente, como quien ya no espera nada ni en el más recóndito lugar de la esperanza, apereció con su fuerza, con la luz que emana desde ese par de ojos que le concedió Dios, similar a un tesoro, casi así como un milagro.
E inundó tan apaciguadamente los ánimos de melancolía que habitaban en mí, hizo del aire que respiro la satisfacción por saberlo vivo, reconquistó lo abandonado ... mas no se dió cuenta.
De la tensión hizo la calma, de los llantos la alegría que rebalsa en mi interior por aquel abrazo profundo. De la falta y la ausencia construyó una multitud donde sólo estuvimos los dos. Pero como ese malogrado verbo, es pasado, ya pasó. Y aquella sensación de no querer soltar, del deseo de la permanencia es lo que mantengo hoy. Aún logro ver en mi mente el primer encuentro de nuestras almas, sintiendo su latir en el mío, guardando para siempre su perfume en mí.
Y así es como nuevamente la ilusión se va apagando desde las entrañas, desde lo más mínimo que me compone hasta aquello que no se logra ver. Así es como los sentimientos vuelven a su tamaño de permanencia oculta constante, inexistentes para quienes son, reservados ante la desilusión y resignando así una vez más, el sentir que no alcanzó la luz de una vida externa.
Lo imposible una vez más,
me recuerda el corazón.
Y es que...
¡Cómo tan brillante alma aceptaría opacarse con las sombras de lo que soy,
con los restos de lo que fui!