Pasados catorce siglos
de tormentos y quebrantos,
se acercó una paloma
con su voz de ángel blanco,
me invitó a la sonrisa,
mas siguiendo su premisa,
ya se gozaron mis labios.
Fueron sus ojos de cielo
quienes mejor me adoraron,
quienes mejor me quisieron,
quienes mejor me miraron;
me dieron a beber ternura
y muchas copas de alivio.
Gracias, hija del sol,
gracias por ese abrazo,
por darme fuerza del viento
de Neptuno y de Vulcano.
¡Oh, dulce rayo de selva!
Resplandor de alto astro,
a veces eres estrella,
que no sé cuánto te diera
por esa boca de seda
y ese cuello de jaspe.
Me gustas cuando amaneces,
me gustas cuando te callas,
me gustas cuando silencias
tus dulcísimas palabras.
Me gusta verte las velas,
y verte cuando te bañas,
me gustas cuando me besas
y cuando mojada me abrazas.