luisa leston celorio

LA PEQUEÑA SOÑADORA

Érase que se era, una vez una niña que vivía muy feliz junto a su mamá, su papá y dos hermanos menores que ella a los que mucho quería .En su familia la llamaban Torbellino por ser muy inquita, pues siempre estaba muy activa discurriendo juegos e historias. A la pequeña sólo le turbaba saber que sus papás no estaban sobrados de medios para mantener el hogar. Ella no lo notaba pues su mamá era una mujer muy hacendosa, y como decía su papá, lograba hacer milagros con lo poco que él podía aportar a la familia.

La pequeña torbellino acudía cada día a llevarle la comida a su padre al lugar de trabajo. Durante el trayecto lo pasaba muy bien porque el camino que la conducía hacia su padre era espectacular, o más bien se podría decir, mágico.
La senda trascurría entre dos montes muy frondosos que formaban murallas tapizadas de musgo muy verdoso por el que se escurrían gotitas de agua tan cristalinas que parecían lindos diamantes que terminaban en regueros por los que se deslizaban ya convertidos en un torrente, que formando riachuelos, parecía querer arrullarla con musicales sonidos.

La niña se imaginaba que aquellos arroyos eran inmensos mares por los que navegaban intrépidos marinos que combatían con malvados piratas, y ella era la dama a salvar por el apuesto capitán de la preciosa fragata.
No cabía duda que la lectura de tantos libros de aventuras le invitaba a las fantasías. Pero no era menos cierto, que detrás de sus quimeras se escondía algo mucho más serio, ocultar el miedo que le producía transitar por aquel camino tan solitario a pesar de que ella con su imaginación lo disfrazaba de gran belleza y emociones. 
El otoño y la primavera eran las dos estaciones que más le gustaban. El otoño la hacía soñar que era una dama principal que se paseaba por lindos parajes, y a los árboles les concedía el don de representar a nobles caballeros que se Inclinaban a su paso para saludarla con reverencias.

Cuando llegaba la primavera recogía unas florecillas para adornar sus rubios cabellos, y con las puntitas de los dedos cogía su falda a la vez que imitaba a las bailarinas de ballet caminando de puntillas y dando pasitos al ritmo de los coros que formaban los pajarillos.
Así pasaban los días intercambiando con la naturaleza sus sueños y fantasías.
Un día, al volver de llevarle la comida a su padre, como de costumbre, subía la pendiente del camino envuelta en sus fantasías cuando algo la sacó de su encantamiento, pues sintió bajo sus pies un sonido muy extraño y apenas se pudo mantener firme en el suelo. 
¡Oh! exclamó cuando vio bajo sus pies una alfombra de monedas. Sí, monedas, muchas monedas. Entonces se quedó muy quieta, no sabía qué hacer ante tanto dinero. Jamás había visto tal cantidad junta. Durante un rato dudó si alguien lo habría perdido, pero no podía ser, por allí no pasaba apenas gente, y quienes pasaban eran tan pobres como las arañas. Después de meditar durante un rato qué hacer, se ocupó de llenar los bolsos de su vestido, la cesta donde llevaba la comida, e incluso, con el pañuelo que llevaba en su cabeza para protegerse del Sol, hizo un hatillo para llenarlo con aquellas brillantes y doradas monedas.

Estaba muy preocupada por si alguien la veía con tanto dinero y se lo quisiese quitar. Pese a ello, no podía dejar de recoger las monedas, ya que por cada puñado que cogía se iban multiplicando en el suelo. Parecía un manantial que no dejaba de fluir más y más dinero. La pequeña Torbellino no daba abasto recogiéndolas, pero al rato se dio cuenta de que si paraba de recoger, el manantial cesaba de fluir. Entonces decidió poner unas ramas encima de aquel agujero por donde fluían e ir a llevar a casa las que ya tenía en su poder. Su corazoncito palpitaba muy acelerado por tanta dicha porque desde ese momento su familia ya no pasaría penalidades económicas y podría repartir con las familias de sus amigos que tampoco estaban muy sobradas.

Pero… ¡Oh Señor! la pequeña no podía avanzar ni un solo paso. Entonces se dio cuenta de que era muy chica para poder con carga tan pesada y decidió vaciar un bolsillo, pero seguía sin poder avanzar. Desocupó el otro bolsillo y así fue vaciando las monedas hasta quedarse sólo con las de la cesta, así que decidió esconderlas hasta que volviese a por ellas. 
De nuevo intentó echar a caminar con la cesta llena de aquella riqueza que la diosa fortuna le había concedido, pero sus fuerzas seguían sin ser suficientes. Una idea le vino a la mente y la puso rápidamente en práctica. Se quitó los lazos que adornaban sus trenzas y los ató a las asas de la cesta para de esa manera llevarla arrastro. Esa sí que fue una buena idea, al fin podía, con gran esfuerzo, ir avanzando poco a poco. Pero… ¡oh! ¡Qué desastre! la cesta se iba deshaciendo con el roce del suelo y las monedas se iban sembrando por el camino. Tan grande era su pena que comenzó a llorar desesperadamente porque no podía ayudar a sus padres como ella deseaba.

La luz de sus ojitos se apagó, la alegría de su rostro se evaporó, y ni los trinos de las avecillas ni los reverentes árboles le hacían recuperar la alegría que siempre llevaba dibujada en su rostro y limpia alma.
Riiinnn, Riiinnn, sonó el despertador en la alcoba de la pequeña. Al momento ella se incorporó en el lecho y miró a su alrededor. Un suspiro inmenso salió de su pecho y la sonrisa se volvió a dibujar en sus labios. ¡Todo había sido un mal sueño! ¡Oh Señor, qué bien que no soy rica! Eso no es bueno, pensó, pues sería muy triste vivir temerosa de que me quiten el dinero y no parar de desear tener más y más. 
Era mejor seguir siendo la soñadora e imaginativa Torbellino, que puede danzar cuando le place, saludar a sus amigos del bosque y disfrutar del amor de su humilde pero gran familia.

((Érase que se era, una soñadora niña, que a pesar de haber crecido, sigue jugando con su fluida imaginación))

Autora: Luisa Lestón Celorio
Escapitina_  Registrado.