Tenía pensamientos de invitar a comer a la vecina del cuarto
-la conoces, es ésa
dé las caderas bajas, la que dices que lleva sus honduras
salpicada de atunes-,
pero mira por dónde esta mañana
se ha roto el ascensor y como sabes
nunca fui muy proclive a las alturas.
Así que he decidido que las cosas sucedan con la lógica
más ilógica incluso
y lo que tenga que ser
será a pesar de todo
y he pensado
que tú y yo, por ejemplo hemos vivido
un fervor temerario
sin mirarnos sospechas ni creer en azares,
sin saber qué pudiera ocurrir si una mañana
no se enciende la ducha ni funcionan
la radio y el reloj.
No lo sé, pero a veces
de un ardor candoroso surge un huérfano.
¿Ves ahora
lo importante que es tener vecinos
que no estén en el limbo ni precisen
tomar un ascensor?