¡Oh, paz que me dais sosiego,
oh, senda de mis suspiros!
¡Qué bello es vivir con vos
y sin vos, cuántos martirios!
¡Qué sublimes son vuestros vientos,
qué pacíficos son vuestros ríos,
qué mansedumbre se palpa
cuando nos cubres de alivio!
Manifestación la tuya
cuando te beso y escribo.
¡Cómo te abraza mi alma,
cómo se goza mi espíritu!
Tú vives en mis entrañas
como un raudal escondido,
como una isla de amores
y a veces no te consigo.
¡Qué gran devoción la tuya,
cuando me abrigas de mimos,
cuando me besas el alma
y me enseñas tus caminos!
Amiga paz de mi vida,
¿tú sabes cuántos sollozos
surgen de mi corazón
para poder conseguiros?
Vos sois el candor del cielo
y mi alimento infinito.
Y sois mi cándido amor
y siempre por vos suspiro.
Todo mi amor os he dado;
y por vos cuánto he sufrido
y aún sigo, en mis angustias,
viviendo lo que no vivo.
No sabéis cuánto os lloro,
no sabéis lo que os ansío:
vos sois igual que mi amada,
porque en amor sois lo mismo.
“La paz os dejo, mi paz os doy”,
confesó el buen amigo.
Yo también os doy mi paz...
y a vos también os la pido.