Aquí publico el relato completo.
De amores baratos
Y así, de pronto, me encontré sola. Todos los planes que había trazado alguien por mí, los estaba borrrando, y eso fue bueno. Pero no me gustan los cambios, me cuesta acostumbrarme a la idea de tener que desechar el boceto de lo que pensé iba a ser mi vida. Es como mudarse; me da pereza el sólo pensar todo lo que falta para alcanzar aquello que había construido, que un día terminó y no iba a ser más. Sabía que había sido la decisión correcta, pero por momentos pensé que el luto del corazón iba a tapar con sombras cualquier rayo de luz nueva.
Me desperté, por el sonido de mi teléfono despertador y con el mensaje de un amor que había esperado alguna vez fuera mío. Desperté de esas pesadillas que te persiguen y te hacen temer, de esas de las que quieres despertar y no volver a cerrar los ojos.
Compartía habitación con mi hermana, ella seguía dormida. Estabamos en el viaje de nuestras vidas en el que caminas tanto que al final del día quisieras cambiar de piernas, pero de esos de los que no quieres volver nunca más.
Días atrás le había escrito a ese amor que nunca será. Como no tenía qué temer, o quizás porque me había dado la gana, le escribí contandole por qué lo recordaría y aún lo recuerdo. Por su sonrisa, blanca, que contraste con el color de su piel; por sus ansías de siempre contagiar alegría; por ese abrazo que no olvidaré ni aunque pierda la memoria; por la firma de un niño para siempre en los pies.
Jugabamos a las escondidas, por que a todos nos cuesta dejar de querernos un rato para ceder el lugar a alguien más. Creí que hablaba en serio cuando prometió una sorpresa a mi regreso. Pero simplemente era un juego, y éste lo ganaba quien escondiera mejor sus sentimientos; entonces así, sin avisar, aparecía el orgullo para hacer caer al otro y ridiculizarlo.
Como los círculos viciosos, no hicimos más que volver siempre al mismo punto y terminar por no hablarnos varios días, probando quien aguantaría más: la lucha de los egos orgullosos. Cuando caí en la cuenta que los círculos no tienen principio ni final. Acordamos el nunca para siempre.
Aprovechando el viaje y los aires que nunca antes había respirado, quise también conocer los ritmos que quisiera bailar. El flamenco de mi Joaquín. Las manos, la música, el vestido, las palmas, los zapatos, la luz tenue, el corazón acelerado. Y entre todo eso, encontré ojos evasivos. Aunque no crucé palabras y sus ojos eran tímidos, la pasión de la música en su sangre me hizo que lo recuerde aun hoy. Como de costumbre, dibujé historias novelezcas en mi mente y le reproché en mis adentros el no haberme devuelto la mirada. No quería que cumpliera promesas, sólo quise que me regale sus ojos profundos.
Y mi Joaquín, susurra al oído que no puede amar solamente a una mujer. Mi más perfecta baratija de amor y no tanto. Ese Sabina que ni se imagina cómo pueden tratarlo mis pupilas, pero no me enamoro; me embriagan sus letras y su voz, y le cambio mi acné por sus arrugas, pero ni tanto.
Como para ir perdiendo un poco más la cordura, me enamoré de una mirada; aunque quizás todo haya estado en mi cabeza. Ni siquiera recuerdo sus rasgos, sólo sé que me miró y quemó. Aunque no me arrepiento de negarle la mirada, a veces me pregunto si era él con quien debía acabar. Estaba sentado, con la exactitud horaria y la puntería de los ojos, cuando pasé, en un lugar que desapareció.
Y en el culmen de deseo de amor de verdad, me encontré, varias veces, perdida entre miradas de los enamorados que no se les quita la sonrisa; entre gestos cariñosos de manos torpes; entre bocas que se amaban pero coqueteaban con la negación; entre corazones destrozados porque no eran correspondidos. Aunque dicen que París es la ciudad del amor, yo lo encontré todo por las calles de España.
Al final de mis novelas, el hotel era mi refugio, el lugar donde uno se esconde, se siente seguro. Esa habitación era la certeza de que iba a soñar. Entonces era la certeza de mi locura, la prueba que necesitaba para darme cuenta que durante todo el día no había hecho más que soñar despierta; había estado viviendo en una realidad ilusoria creada por mi propia necesidad. Entonces era mi habitacion de hotel: el piso alfombrado, las luces tenues, la televisión que nunca prendí, la caja fuerte que guardaba identidades, las sábanas blancas, las luces cómodas, lo que me despertaba, lo que me salvaba de sucumbir en el sueño eterno de cuentos de hadas.
Creía en el amor para siempre; simplemente esperaba que suceda como en las películas y pensaba que lo encontraría con la naturalidad y la exactitud de la ficción que enamora. Soñaba con un beso perfecto que silencie las miradas. Pero entre tanto andar, me conformé con amores baratos que crearan un mundo de historias con finales felices.