Asomó por el esfínter de la ventana
el mapa que fingía ser su cara,
donde el tiempo abigarrara
sus alegrías y sus tristezas
con tinta de telaraña.
Le pegó un jalón al puro
que el horizonte le convidara,
luego le sacudió la ceniza
que se fue como lluvia de brazas
a atizonar en las covachas
que la que le albergaba acompañaba.
Lanzó un escupitajo amargo
sobre el rostro del mundo,
a quien más que odiar despreciaba
por haberse negado a copiar
la huella que con fervor le inoculara.
Arrebató en un fuerte suspiro
al cielo dos luceros,
que con el impulso
se colaron hasta los orificios
que sus lagrimas dejaran.
Cerró el diario que sin lápiz garabateaba,
para susurrarle al tapesco
que jugaba a ser cama,
vamos a dormir mi fiel amada
a ver si me sueltas mañana