El alma de la mujer, tan inmensa como el mar,
Tan inmensa como el cielo, más profunda, mucho más;
Entre sombras que aparecen de pasiones y deseos,
De caprichos, de malicias, de temores y de sueños;
El alma de la mujer, tan sutil y tan extrema,
Nunca deja de ser niña, siempre coqueta y risueña;
Nunca olvida ser demonio que te encadena y te mata
Que te expulsa con violencia, mas con dulzura te atrapa;
Nunca deja de ser diosa, con la vida en sus entrañas,
En el día siempre ausente y en la noche fatua llama
Que te jura amor eterno, que se agita, que se inflama;
Pero un nuevo amanecer, otra vez te la arrebata;
El alma de la mujer, de la duda siempre es causa,
Del placer siempre, raíz y del dolor, sal y lágrima;
En tu mundo tan cambiante en tu inestable querer:
Eres la cruz del camino y también, eterno Edén…