Cuenta la leyenda que el mundo, al principio, era una gran bola de agua y la habitaban solo los animales marinos. El fondo de los mares y océanos estaba plagado de estrellas de mar, formando un tapiz multicolor que fascinaba hasta el mismísimo Dios que lo creó. Ese espectáculo cambiaba durante el día, en la medida que el sol cambiaba de posición y las estrellas de mar también estaban fascinadas por cómo eran parte de esa belleza.
Sin embargo, cuando llegaba la noche y el sol dejaba paso a la luna, la noche era muy oscura y ya no se podía ver ese espectáculo. Dios entonces pensó que sería maravilloso poder ver ese mismo espectáculo durante la noche y determinó que las estrellas de mar se fueran al cielo, a formar ese mismo tapiz y así surgieron las constelaciones de estrellas. Algunas de ellas no estaban de acuerdo con la determinación de Dios, y usando del libre albedrío, se quedaron en su mismo océano o mar, como agarrados a la falda de su madre agua.
Durante mucho tiempo, tanto las estrellas de mar, como las estrellas del firmamento, estaban muy contentas del espectáculo que formaban, tanto en el mar como en el cielo, pero, y siempre existe un pero, también existe una cosa que se llama nostalgia. Las estrellas del firmamento empezaban a echar de menos a su madre agua, y la primera de ellas, lanzándose en su búsqueda, se le llamó estrella fugaz.
Desde entonces, cuando se observa a una estrella fugaz en el cielo, se cree que es el hijo que, simplemente, vuelve a casa, en los brazos de su madre.