No dejes que se empañe tu alegría
creyendo que tu dicha ha terminado,
aquel que esa tu paz ha perturbado
jamás pensó que te lastimaría.
No asumas que dañarte pretendía
como algo que estuviese planeado,
quizá fue un simple instinto enajenado
o un lapsus de insensata cobardía,
que emerge de la humana condición
y aturde al corazón cual espejismo,
que embarga por completo la emoción
y acalla a la razón con hermetismo,
haciéndole caer en tentación
sin demostrar temor o escepticismo.
No creas que en su actuar fungió cinismo
o que adrede asumió desatención,
que alentara descuido o egoísmo
favoreciendo a su equivocación.
Tampoco es que ese fallo fue en sí mismo
movido por maldad o presunción.
Tal vez algún motivo se escondía
propiciando su actuar precipitado,
quizás sintióse allí desamparado
carente de argumento o valentía.
Hallar la explicación no lograría
sanar al sentimiento atormentado,
poco vale entender lo que ha pasado
si se pierde la paz que antes había.