A mi madre, in memóriam
La tarde moría, mostraba su pálida
y lúgubre faz; del mustio jardín,
vestían los árboles sus tonos de gris;
el Sol del ocaso bajaba sus pálpebras.
Flotaban las notas estériles, áridas,
del trino del ave —su infausto plañir
llenaba de endechas el aire sutil—;
los ojos mohínos vertían sus lágrimas.
El llanto funesto permeaba la tierra
fecunda, ¡brotaba del suelo la pena!;
las flores soltaban un fúnebre olor
—jazmines y rosas de aroma elegiaco,
jacintos y violas de efluvios aciagos—,
natura sabía del trágico adiós.