Y nunca le recordará lo que no debía contar, pues el abuelo sabía que su nieto llevaría el secreto a la tumba.
Sin embargo a Javier le hubiese gustado compartir tan hermosa experiencia, pero cumpliría la promesa y nunca contaría lo que vivió junto al abuelo, pero sí un día llegase a ser padre reproduciría aquella vivencia tan especial que le había hecho concebir la vida de distinta manera, pues desde entonces había aprendido a convivir en plenitud con la naturaleza.
-Ven conmigo, vamos a visitar unos buenos amigos- le dijo el abuelo-
Caminaron por la orilla del rio y el anciano le invitó a sentarse debajo de uno de los viejos árboles que lo bordeaban.
-Escucha en silencio lo que te cuentan las aguas al deslizarse, escucha lo que nos cuenta el anciano Olmo, escucha las baladas de las aves; escucha, escucha mi niño lo que nos cuenta la sabia naturaleza. ¿Sabes?- proseguí diciendo el abuelo-, ella también te escucha en tus silencios, cada palpitar que sale de tu pecho para ella son palabras que vuelan de tus adentros.
Era cierto, había encontrado la perfecta armonía entre sus sentimientos y la naturaleza. Su abuelo le decía que no era de extrañar, pues el hombre había olvidado que formaba parte de ella.
Al final se despidieron con un fuerte abrazo del hermoso olmo que les había dado cobijo, le abrazaron con ternura, como si fuese un hermano.
No sabía la razón porque le advirtió que guardara el secreto, pero con el tiempo se había dado cuenta de que quizás el abuelo no deseaba que le dijesen: ¡Cosas de viejo!
Autora: Luisa Lestón Celorio
Asturias- España
9 de noviembre 2013