Mamá:
Ahora que el tiempo me puso del otro lado de mis años jóvenes, y que he aprendido muchas cosas, entre ellas el precio del amor, después de toda una vida de esfuerzos, tu imagen se levanta mucho más grande de lo que ya era.
Te recuerdo, joven , bella con ocho boquitas hambrientas en una ciudad donde ya no había más que hacer, saliendo a buscar caminos en otra ciudad que no conocías, pero que te acogió y tu dignamente supiste enfrentar la vida. Luego, cuando papá llegó ya sumamos diez ,mas ustedes: doce. Y, juntos con los hermanos mayores , se levantaban cada día antes de que el sol aparezca y seguían trabajando mucho después que oscurecía, y aplanando calles vendiendo caramelos, construyendo siempre con amor porque tú no sabias de otro sentimiento.
Quisiera volver a aquellos tiempos, que me embadurnaba la piel con harina para que se parezca a tu piel y decirte que ya era tu hija. ¿Qué sentimiento me llevaba a hacer eso? No lo sé, pero si sé, que siempre en mí se albergaba una tristeza inexplicable.
Dichosa eras tú mamita, todos estábamos tan pendientes de ti, te amábamos tanto, te mimábamos y cada mayo inventábamos una fórmula para con una “sorpresa” hacerte feliz, qué lindo que era madre.
Quisiera, poder volver a esos tiempos en que en mis momentos de debilidad me decías que me levante y que debía tener siempre mucha fe; o cuando porque desaprobabas mi conducta me retabas y luego venía el silencio, en el que solo me hablaban tus miradas de mujer recta y fuerte. A eso le temía más que a los mil regaños que me ganaba por ser como soy.
Pero cuando estaba triste me acogías en tus brazos acariciando mis cabellos y me decías: ¿Qué te pasa mi negrita?
Hoy quisiera estar en tu regazo y que me acaricies y calmes este dolor que me atraviesa el alma. Es que la vida pasa madre, y la soledad se lleva tantas cosas, Perdóname, seguro que esto te disgustaría mucho perdóname madre.
Cómo quisiera volver a ser niña y obedecerte en las cosas que fui desobediente, quizás hoy, otra sería mi suerte.