Me despertabas a gritos por las mañanas
para ofrecerme una ritual taza de café caliente
que abrigaba, como cuando moré en tus entrañas
era una semilla de carne, un espíritu silente.
Me extrañaste en la ausencia del que quiso volar
los años iban marcando tu terso rostro, en tanto
mi adolescente alma intentó hablar y cantar
ante la tragedia y la felicidad, la risa y el llanto.
Aún sigues como si nada ha pasado, estás vieja
pensando en mí, siempre preocupada en nosotros.
Tu amor es constante, es un sol que nunca ceja
que alumbra más allá de la carne, de los escombros.
Como un pedazo de tierra que guarda tanta energía
sustentaste mi ser con polvo humano y divino
ya no querré ni podré cantar una futura elegía
me acompañarás en silencio, hasta el final del camino.