Donaciano Bueno

Gusarapo

(o la fábula del renacuajo)

 

Queda dicho y dicho queda

que un día de primavera

paseando en la arboleda

junto al cauce aquel del río

yo tropecé con un bicho,

un bulto fue, quede dicho,

verde, parecía majo,

un humilde renacuajo

-ni un escuerzo era ni un sapo-

que, desafiando ¡carajo!

y enfrentándose bravío,

-me miró de arriba abajo-,

me espetó con desparpajo

¡buenos días, gusarapo!

 

Me enfrenté a su desafío

¡dirigirse a mi aquel crío,

qué falta era de respeto!

¡Vea que a usted no le espeto

ni le falto, señor mío!.

Pues aunque humano yo soy

y pudiera hacerle daño,

ni le daño ni regaño,

no voy a decir ni pío,

por donde vine me voy.

 

Mas, tozudo y persistente,

aquel bichito insolente

en un mínimo descuido

¡puede pasarle a cualquiera!

se me lanzó de repente

y posando en mi pechera,

sin hacer el menor ruido.

¡plaf..! burlando mi confianza,

me empujó de esa manera

y con su abultada panza

al agua patos cayera.

 

¡Por dios ¡sácame, dios mío,

si no me ayudas me ahogo!

exclamé, yo te lo imploro.

El sapo se quedó frío

al verme haciendo aspavientos,

mudo se quedó un momento,

-no penséis que aquí me río-

y soltó una carcajada

que al agua una marejada

produjo y empujo el viento.

¿Cómo es que la especie humana

en tamaña situación

no encuentre una solución

lo que hace una humilde rana?.

¿Y usted presume de humano?

no es más que un simple gusano

venga a mi, deme la mano.

Y en un ¡plisplas! me sacó.

 

Y fue así como este cuento

me lo inventé en un momento

para hacer ver a mis nietas

que humilde hay que ser sin tretas

y que no hay que presumir

de lo mucho que careces,

que en la vida cuando creces

tendrás la oportunidad

de vivir con humildad

y recompensa obtendrás

tal como tu te mereces.