Te exonero.
Estás libre de culpa y cargo.
Soy la única culpable
de lo que sucede en mi cabeza.
Este martilleo.
Este repiqueteo
constante de tu nombre
como si fueran campanas
tañendo al viento.
Abro los ojos
y me asalta tu recuerdo.
No se si lo traigo
prendido desde un sueño.
Voy caminando
y al compás de mis pasos
se repite en la vereda.
Soy culpable
y ya tengo la condena.
No importa lo que esté haciendo
mientras pasan las horas,
día tras día
estás en mi pensamiento.
Y lo acepto.
Lo decreté una y mil veces.
A través de los años juré
que no iba a olvidarte.
Lo prometí y jamás
rompo una promesa.
No importa si mi recuerdo
se esfumó de tu memoria.
No importa si ahora eres
como el humo o como el viento.
No importa si aquel amor
se perdió o se murió.
Si fuiste un espejismo
o pura imaginación.
Camino y no estás aquí.
Miro y no te veo.
Mi piel ávida de caricias
no se encuentra con tus dedos.
No reconozco tu voz
perdida entre otras voces.
Y hay un tremendo vacío,
un pozo oscuro y sin fondo
dentro de este corazón
que aún sigue palpitando.
Pero tú...
¡estás libre de culpa y cargo!
¡No se puede culpar a un sueño!