Cuenta una leyenda que había un reino que gozaba de alegría plena.
Esa alegría se podía sentir en cada flor, en cada mariposa que volaba y en las facciones de los súbditos, del rey, de la reina, y de toda la corte.
Pero un día, sin que pudieran imaginar que este llegaría, una nube gris apareció en el cielo de aquél reino. En semblante del rey acusó el gris de esa nube y como un efecto cascada, a todos del reino, inclusive las flores y las mariposas fueron degradando su colorido.
De manera urgente, llamaron a un sabio del reino vecino, ya que, incluso el mismo sabio del reino se había vuelto gris.
Al llegar al encuentro del rey, el sabio se interesa por su estado.
El rey, sin encontrar palabras, solo consigue expresar su color grisáceo.
Inmediatamente, desde su atuendo morado, el sabio saca un aparato parecido a un termómetro, y que el rey no identifica como nada conocido. El sabio, al observar ese interrogante en el rey, decide aclarar:
—No os preocupéis, majestad! Es mi “detector de alegría” y es totalmente inocuo. Con él puedo conocer sus niveles de paz y alegría interiores.
El sabio, acercando el detector al corazón del rey, comprueba que sus niveles de paz-alegría estaban a nivel crítico. Se acerca, entonces, al oído del rey y pronuncia algunas palabras que hacen con que, inmediatamente, el rey recobre su alegría. El mismo efecto cascada se produce y todos del reino, flores, mariposas, reina, súbditos, y hasta el sabio del reino, vuelven a recobrar la alegría.
El sabio del reino quiso saber qué le había dicho al rey para “curarlo”, y este se lo repite al oído:
«Yo te amo, y eres la persona más importante de todos los reinos. Sin ti no hay color, ni gloria, ni gracia. Mi alegría no depende de la tuya, pero si decides que ella es importante para ti, tanto cuanto lo es para mí, ella mismo se hará manifestar en ti mismo.»
Desde entonces se cree que, cuando una persona está alegre, simplemente es que el sabio interior le está diciendo estas mismas palabras al oído.