Tras un saludo cordial,
el apuesto caballero,
sacó el filoso puñal,
y de una forma brutal
mató un cariño sincero.
Sus manos lavó el infame
guardo el puñal para huir
dejó que el cariño derrame
la última gota y que clame
por auxilio hasta morir.
Regados por todos lados
quedaban sólo memorias
de cuanto había entregado
a aquel desventurado
que le cambió la historia.
Murió el cariño en un abrazo
y en un beso bien fingido,
se rompieron estrechos lazos,
dicen murió en sus brazos,
y que salió arrepentido.
Que gemía como un loco,
que lloraba como un niño
(sólo desgracias provoco,
decía), y que poco a poco,
se fue acercando al cariño.
Caía sobre él su llanto,
pero era en vano el lamento,
en vano era el quebranto,
se había perdido el encanto,
porque expiró el sentimiento.
Ya no podía escucharle,
ya no podía volver,
y aquel que fue a matarle,
quiso resucitarle,
pero nada pudo hacer.
Son casi dos años y hoy,
frente a la tumba fría,
él le decía aquí estoy,
no sé quién fui ni quién soy,
ni por qué vivo todavía.
Tal vez este es mi castigo,
por causarte tanto mal,
quiero reunirme contigo,
mi buen cariño mi amigo,
por eso traigo el puñal.
Ya no más quiero sufrir,
el dolor de tú ausencia,
si ya no vas a venir,
tampoco quiero vivir,
esta fatal existencia.
Quiero morir quiero paz,
cansado estoy de esta guerra,
mi cuerpo inerte y falaz
con esta culpa mordaz
ya que lo cubra la tierra.